Hermes
Bidasoa nació en Oropesa muy a su pesar. Él quería ser islandés pero las
circunstancias de la vida y el hecho de que su madre era un hombre y su padre
una mujer lo llevaron a nacer en ese desolado lugar del levante español del que
la mayoría estamos tan hartos.
Su infancia
transcurrió con total normalidad, si exceptuamos el desgraciado episodio que
vivió a los siete años, cuando fue secuestrado por la guerrilla hondureña y
obligado a ingerir grandes cantidades de sopa Leblanc mientras vivió en la
selva.
Ya en la
civilización se entregó de lleno al estudio profundo del sacabuche, instrumento
que dominó en pocos meses y para el que escribiría, con tan solo doce años de
edad el Concierto Psicomotriz para Pera, Gaita, Sacabuche y Uranio, obra que
fue estrenada en el Gran Teatro Gigante de Reus por la Sinfónica de Caprabo
dirigida por el Maestro Miramar, director muy apreciado en aquellos años,
concretamente entre 1958 y 1961.
El éxito fue
arrollador y Bidasoa fue aclamado durante tres horas con el público en pie para
más tarde ser arrojado a un container.
Harto de la
fama, Bidasoa decidió retirarse a Bilbao, donde casi nadie le conocía. Allí
puso una fábrica de maderas de tamaño colosal, pero no vendió ni una debido a
que los clientes se quejaban de su tamaño excesivo. Más tarde reformó la
fábrica y pudo entonces fabricar maderitas pequeñas con las que el éxito estuvo
asegurado. Todo el mundo adquirió maderitas y Bilbao fue una fiesta.
Y fue
precisamente entonces cuando Marino Melquiades entró a formar parte de la vida
de Hermes Bidasoa.
Marino
Melquiades era buzo de nacimiento y guitarrista de profesión. Se sabía todas
las obras para guitarra del repertorio clásico y las interpretaba como nadie;
pero tenía un problema: Melquiades aborrecía la música. Tan solo tocaba por
dinero, y a la larga su público lo notó. Un día, tras un concierto en el que
interpretó la Partita en Mi mayor de Bach con una maestría inigualable pero
soltando a la vez sonoros pedos mientras mostraba una cara de profundo asco, el
público se levantó de sus localidades como un solo hombre y lo lanzaron al
vacío.
Y fue
entonces cuando se encontró con Bidasoa, que acababa de ser lanzado a su vez al
vacío por Los Paraguayos, grupo al que repetidas veces había humillado en
público por unas discrepancias acerca del tamaño adecuado del pelo.
Así nacería
una asociación profesional que llegaría a ser tan famosa como la de Lennon y
McCartney, Gilbert and Sullivan o Dory and Gray. ¿Quién no conoce las Barritas
Bidasoa o los Transmutadores Melquiades? Yo no, pero hay gente que sí.
Todos estos
productos fueron obra de esta famosa pareja. Desde su asociación en 1973, el
mundo ya no volvió a ser lo que era. Una verdadera revolución supuso el
invento, por parte de estos dos genios, del Elevacarne Molster, un aparato que,
por medio de unos complejos mecanismos dotados de un sistema hidráulico de su
propia invención, permitía a las amas de
casa elevar bistecs a alturas hasta la fecha inconcebibles. Y también supuso un
enorme avance tecnológico el Neocox Filbert, invento que solucionaba los
problemas con el calzado.
Pero una
sombra se cernía sobre el tandem Bidasoa-Melquiades.
Melquiades
sintió de pronto la llamada de la naturaleza y un jueves abandonó súbitamente a
Bidasoa para vestir de nuevo su traje de buzo de nacimiento y sumergirse en las
oscuras aguas de Lago Piscolabis para no volver jamás.
Bidasoa, que
anteriormente ya había mostrado una predisposición al llanto, ante esta
situación, se sumió en el más profundo de los anonimatos. Poco a poco dejó de
ingerir alimentos orgánicos para alimentarse a base de ropa y jarabe. Dejó de
cortarse el pelo, cosa que alegró a Los Paraguayos, y descuidó su aseo personal
hasta un grado tal que un buen día, yendo a una fiesta en la que pensaba
adquirir algo de sopa, sufrió un desprendimiento de culo y murió horas más
tarde sin haber recibido los últimos sacramentos.
Su cuerpo
descansa en Ávila, pero su alma vive todavía con todos nosotros en Sant Adrià
del Besós.
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